08-07-13.-Luego de la masacre de esta mañana en la que murieron al menos 55 personas y por la que los Hermanos Musulmanes responsabilizaron al Ejército, los militares bombardearon un edificio en el que los últimos dos pisos se encuentran oficinas de la agrupación islamista que ya están prácticamente destruidas por el incendio.
Télam, único medio argentino presente en esta convulsionada capital egipcia, recorrió el kilómetro y medio que separa la mezquita Rabaa al-Adaweya, donde los Hermanos ofrecieron hace un par de horas una conferencia de prensa, y se llegó hasta el lugar de la masacre.
El espacio, ubicado frente al edificio de la Guardia Republicana, es lo más similar a un campo de batalla tras un cruento combate: manchas de sangre por doquier, edificios y paredes agujereadas por los balazos y un aire cargado de olor a pólvora que estremece.
A pesar de que ya son las 15 y la masacre tuvo lugar a las 7, la sensación de muerte sigue presente. “No tenemos armas, no tenemos piedras, somos ciudadanos que vinimos a pedir por la liberación de nuestro presidente (Mohamed Mursi) y que se respete la Constitución”, nos decía un joven emocionalmente afectado.
Este joven, al igual que otros miles de personas que se dirigieron a la citada mezquita, están regresando a este predio para organizar una improvisada protesta contra los militares y contra el gobierno que, según ellos, ordenó la represión.
“Dejen el gobierno y vuelvan a los cuarteles”, “Nosotros no los votamos”, y “Respeten la democracia” son algunas de las muchas consignas que se escuchan entre los manifestantes.
“¿A usted le parece que nos estemos matando entre egipcios?”, nos pregunta casi en llantos otra mujer que arrastraba una bandera nacional a modo de trofeo.
Como fondo, frente a la Guardia Republicana, los últimos dos pisos del edificio bombardeado arden en llamas sin que los bomberos hayan atinado aún a llegar. “Son oficinas de los Hermanos Musulmanes, ahí había importante documentación que ya se perdió”, denuncia alguien a este cronista.
Impresiona caminar pisando cartuchos servidos que quedaron como mudos testigos de la represión. Al tomar sólo uno de ellos -los hay de diferentes calibres- todos tienen impresa la misma leyenda: “Fabricados en Egipto. Sólo el Ejército tiene permitido su uso”.
El ambiente, los vestigios del bombardeo y los indiscutibles cartuchos, parecen no dejar lugar a dudas de quién fue responsable de esta injustificada matanza.
Télam, único medio argentino presente en esta convulsionada capital egipcia, recorrió el kilómetro y medio que separa la mezquita Rabaa al-Adaweya, donde los Hermanos ofrecieron hace un par de horas una conferencia de prensa, y se llegó hasta el lugar de la masacre.
El espacio, ubicado frente al edificio de la Guardia Republicana, es lo más similar a un campo de batalla tras un cruento combate: manchas de sangre por doquier, edificios y paredes agujereadas por los balazos y un aire cargado de olor a pólvora que estremece.
A pesar de que ya son las 15 y la masacre tuvo lugar a las 7, la sensación de muerte sigue presente. “No tenemos armas, no tenemos piedras, somos ciudadanos que vinimos a pedir por la liberación de nuestro presidente (Mohamed Mursi) y que se respete la Constitución”, nos decía un joven emocionalmente afectado.
Este joven, al igual que otros miles de personas que se dirigieron a la citada mezquita, están regresando a este predio para organizar una improvisada protesta contra los militares y contra el gobierno que, según ellos, ordenó la represión.
“Dejen el gobierno y vuelvan a los cuarteles”, “Nosotros no los votamos”, y “Respeten la democracia” son algunas de las muchas consignas que se escuchan entre los manifestantes.
“¿A usted le parece que nos estemos matando entre egipcios?”, nos pregunta casi en llantos otra mujer que arrastraba una bandera nacional a modo de trofeo.
Como fondo, frente a la Guardia Republicana, los últimos dos pisos del edificio bombardeado arden en llamas sin que los bomberos hayan atinado aún a llegar. “Son oficinas de los Hermanos Musulmanes, ahí había importante documentación que ya se perdió”, denuncia alguien a este cronista.
Impresiona caminar pisando cartuchos servidos que quedaron como mudos testigos de la represión. Al tomar sólo uno de ellos -los hay de diferentes calibres- todos tienen impresa la misma leyenda: “Fabricados en Egipto. Sólo el Ejército tiene permitido su uso”.
El ambiente, los vestigios del bombardeo y los indiscutibles cartuchos, parecen no dejar lugar a dudas de quién fue responsable de esta injustificada matanza.
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