Ha tenido entre sus pacientes al líder Fidel Castro, pero también a otros residentes que sufren enfermedades complejas
El hospital Cimeq de La Habana, en donde fue operado el venezolano Hugo Chávez, es la joya del sistema de salud de Cuba («referencia nacional» o «institución de primer orden») y ha tenido entre sus pacientes a Fidel Castro, entre otros dirigentes, además de a pacientes comunes que sufren enfermedades complejas.
El Centro de Investigaciones Médico Quirúrgicas (CIMEQ) fue fundado el 26 de marzo de 1982 y, según explican en su propia web en donde también linkan las «Reflexiones del Compañero Fidel», es «una institución médica de gran prestigio a nivel nacional e internacional con un alto pregreso (sic) en su desarrollo asistencial, docente e investigativo, que posee las más avanzadas técnicas de soporte, diagnósticas y terapéuticas». Es hospital general, especializado y docente.
Situado en el oeste de La Habana («en el polo científico del oeste, próximo al Centro de Inmunología, Ingenería genética y Centro de Neurociencias»), el hospital más avanzado de Cuba, de una altura dependiendo de la parte de dos y tres plantas, ocupa un extenso terreno y está cerca de las casas de Fidel y Raúl Castro, según AFP.
Si se inauguró en 1982, la construcción comenzó en 1979, simultáneamente con el Palacio de las Convenciones de La Habana, con motivo de la VI Cumbre del Movimiento de Países No Alineados, y, además de Castro, han pasado por sus instalaciones «destacadas personalidades del arte, la ciencia y la política de todas partes del mundo», como Gladys Marín, la fallecida líder comunista de Chile, a causa de un tumor cerebral.
La construcción tiene su propia historia, según AFP, ya que las obras las iniciaron cuadrillas de presidiarios, que luego fueron reemplazadas por «microbrigadas» de construcción. Carlos, un «microbrigadista» que trabajó en la construcción del Cimeq, contó que los presos fueron sustituidos pues dejaban muchas fallas en la edificación, que él y sus compañeros después tuvieron que reformar. «Hubo que corregir muchas trampas y errores que habían hecho los presos, y acabar de levantar toda la estructura en largas jornadas, pues tuvo que terminarse antes de la (IV) Cumbre», recordó el ex microbrigadista, que ahora 60 años.