4 de junio de 2013.-El jefe de despacho del congresista cubanoamericano Joe García, politiquero derechista de la Florida, acaba de renunciar por ser descubierta su participación activa en lo que el propio Miami Herald describe como “un sofisticado plan para manipular las elecciones”.
Mientras EEUU sigue cuestionando el sistema electoral venezolano que el ex presidente estadounidense Jimmy Carter califica de “mejor del mundo”, el escándalo ocurrido en Miami pone al descubierto lo asqueroso detrás de la “democracia” norteamericana, supuesto “modelo” para todos los pueblos del mundo.
Hace unos días, Joe García – un miembro más de la fauna mafiosa de Miami - dijo que “le pidió” a su brazo derecho, Jeffrey García – sin lazo familiar - que renunciará, después de atribuirse toda la responsabilidad del plan de fraude para enviar cientos de solicitudes falsas de boletas de voto en ausencia.
Joe García se precipitó entonces al balcón para decir, como si ignoraba todo del complot que lo benefició, que era “totalmente sorprendido y decepcionado ante esto” y que “no estaba al tanto del plan”.
“Esto es algo que me golpeó como salido de la nada. Hasta hoy, no tenía ni la menor idea de que esto estaba pasando”, dijo el político al Miami Herald con aparente emoción. Lo que Hollywood se perdió.
El incidente es solo uno de la larga serie de irregularidades señaladas en esta misma ciudad de Miami, “perla” del extraño universo de la llamada democracia norteamericana que tanto se alaba en el mundo por el mismo mecanismo mediático que traslada las elucubraciones del Departamento de Estado.
Se vende: boletas de ausentes a 50 dólares
La Florida concibió el uso sistemático de las llamadas boletas de ausentes para desviar los resultados electorales. Inventadas –supuestamente – a favor de las personas que no podían acudir a las urnas el día de las elecciones, las boletas vendidas a 50 dólares cada una representan más de 30% del voto y se han convertido en pieza clave de la democracia representativa al estilo Rockefeller.
En las zonas más abandonadas de la Pequeña Habana, los organizadores de elecciones van hasta recoger cientos de ancianos en sus asilos en autobuses escolares para asegurarse, en cambio de un “dinerito”, un pan con queso y un refresco de su voto a favor de los candidatos designados de la mafia.
Todo esto es poco al lado de la larga lista de quejas, denuncias que son expresadas inútilmente a través de todo al país en los días que siguen las elecciones. Normal: la nación supuestamente más desarrollada del mundo carece de sistema electoral centralizado que uniformiza y rige de manera abierta el proceso.
Las críticas de Washington hacia el sistema electoral venezolano dan risa cuando se considera que en Estados Unidos cada estado o municipio determina el método de votación: papel con lápiz, cartón con bolígrafo, tarjeta perforada, aunque cada vez más se favorece el voto computarizado, manejado por empresas dominadas por intereses republicanos.
En cada elección, miles de votantes, aunque formalmente inscritos, son luego excluidos de las listas electorales, mediante una serie de trucos como el "caging" que permite eliminar a un elector si no contesta a una solicitud hecha – a propósito - por correo a su dirección.
Más de cuatro millones de norteamericanos no pueden votar por estar presos, bajo libertad vigilada o, simplemente, por tener un antecedente penal de un delito mayor. Algunos estados prohíben votar de por vida a los ex penitenciarios.
Mientras en estados como la Florida, más del 30% de los hombres negros no pueden votar por tener antecedentes penales… sin embargo, el Washington Post calculó en más de seis millones, en todo el país, la cantidad de personas contabilizadas más de una vez.
El escándalo que le toca ahora a Joe García no sorprende a nadie: el fraude generalizado es parte del concepto de “democracia” introducido por las maquinarias electorales de los herederos cubanoamericanos del régimen de Fulgencio Batista.
En el distrito de Ileana Ros-Lehtinen, enemiga número uno en el Congreso de la América Latina progresista, los investigadores del FBI descubrieron recientemente que se había generalizado el fenómeno de venta de boletos gracias al cual un político puede comprar “cash” su “popularidad”.
Mientras EEUU sigue cuestionando el sistema electoral venezolano que el ex presidente estadounidense Jimmy Carter califica de “mejor del mundo”, el escándalo ocurrido en Miami pone al descubierto lo asqueroso detrás de la “democracia” norteamericana, supuesto “modelo” para todos los pueblos del mundo.
Hace unos días, Joe García – un miembro más de la fauna mafiosa de Miami - dijo que “le pidió” a su brazo derecho, Jeffrey García – sin lazo familiar - que renunciará, después de atribuirse toda la responsabilidad del plan de fraude para enviar cientos de solicitudes falsas de boletas de voto en ausencia.
Joe García se precipitó entonces al balcón para decir, como si ignoraba todo del complot que lo benefició, que era “totalmente sorprendido y decepcionado ante esto” y que “no estaba al tanto del plan”.
“Esto es algo que me golpeó como salido de la nada. Hasta hoy, no tenía ni la menor idea de que esto estaba pasando”, dijo el político al Miami Herald con aparente emoción. Lo que Hollywood se perdió.
El incidente es solo uno de la larga serie de irregularidades señaladas en esta misma ciudad de Miami, “perla” del extraño universo de la llamada democracia norteamericana que tanto se alaba en el mundo por el mismo mecanismo mediático que traslada las elucubraciones del Departamento de Estado.
Se vende: boletas de ausentes a 50 dólares
La Florida concibió el uso sistemático de las llamadas boletas de ausentes para desviar los resultados electorales. Inventadas –supuestamente – a favor de las personas que no podían acudir a las urnas el día de las elecciones, las boletas vendidas a 50 dólares cada una representan más de 30% del voto y se han convertido en pieza clave de la democracia representativa al estilo Rockefeller.
En las zonas más abandonadas de la Pequeña Habana, los organizadores de elecciones van hasta recoger cientos de ancianos en sus asilos en autobuses escolares para asegurarse, en cambio de un “dinerito”, un pan con queso y un refresco de su voto a favor de los candidatos designados de la mafia.
Todo esto es poco al lado de la larga lista de quejas, denuncias que son expresadas inútilmente a través de todo al país en los días que siguen las elecciones. Normal: la nación supuestamente más desarrollada del mundo carece de sistema electoral centralizado que uniformiza y rige de manera abierta el proceso.
Las críticas de Washington hacia el sistema electoral venezolano dan risa cuando se considera que en Estados Unidos cada estado o municipio determina el método de votación: papel con lápiz, cartón con bolígrafo, tarjeta perforada, aunque cada vez más se favorece el voto computarizado, manejado por empresas dominadas por intereses republicanos.
En cada elección, miles de votantes, aunque formalmente inscritos, son luego excluidos de las listas electorales, mediante una serie de trucos como el "caging" que permite eliminar a un elector si no contesta a una solicitud hecha – a propósito - por correo a su dirección.
Más de cuatro millones de norteamericanos no pueden votar por estar presos, bajo libertad vigilada o, simplemente, por tener un antecedente penal de un delito mayor. Algunos estados prohíben votar de por vida a los ex penitenciarios.
Mientras en estados como la Florida, más del 30% de los hombres negros no pueden votar por tener antecedentes penales… sin embargo, el Washington Post calculó en más de seis millones, en todo el país, la cantidad de personas contabilizadas más de una vez.
El escándalo que le toca ahora a Joe García no sorprende a nadie: el fraude generalizado es parte del concepto de “democracia” introducido por las maquinarias electorales de los herederos cubanoamericanos del régimen de Fulgencio Batista.
En el distrito de Ileana Ros-Lehtinen, enemiga número uno en el Congreso de la América Latina progresista, los investigadores del FBI descubrieron recientemente que se había generalizado el fenómeno de venta de boletos gracias al cual un político puede comprar “cash” su “popularidad”.
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