Por Fernando Buen Abad
Son muchos los delitos “clásicos” a que nos tiene acostumbrados la impunidad, en
los usos y abusos de la “comunicación”. Por ejemplo, la mentira planificada y la
calumnia sistemática. El repertorio delincuencial en “comunicación” tiene sus
fórmulas y protocolos muy rigurosos y se los emplea magistralmente cuando se
trata de destruir, todo o en partes, al proletariado que lucha. ¡Cuánta falta
nos hacen las fiscalías especializadas en delitos
comunicacionales! Sin
leyes burguesas.
El capitalismo aprendió, rápidamente, a garantizarse impunidad permanente
para sus oleadas delictivas, usando “medios de comunicación”. Inventó, por
ejemplo, su noción, siempre ambigua y siempre oscura, de “libertad de expresión”
y además regimentó cuanta baratija ideológica fue útil para asegurarse
“legalmente” el intocable imperio absurdo de la “propiedad privada”, incluso
sobre las “ideas”.
Son campos de entrenamiento predilectos, para los delincuentes de la
“comunicación”, todas las novedades tecnológicas y, especialmente, las más
útiles para la publicitar la marea infernal de mercancías que ya no saben dónde
meter. A cuenta de su desesperación por vender y vender mienten, falsifican,
exageran y defraudan a mansalva. Su crisis de sobre-producción los enloquece y
entonces arremeten lo que sea al costo que sea. Y son tantas y tan frecuentes
las andanadas de mentiras publicitarias que nos hemos acostumbrado a dejarlas
pasar, por nuestra incapacidad de sancionarlas todas y porque, eso es lo peor,
nos hemos acostumbrado a la impunidad que nos ha vuelto
invisible su
catarata delincuencial cotidiana.
No es el imperio de la “publicidad” el único reino de la delincuencia
comunicacional. El campo de la “propaganda política”, incluidas todas sus
mutaciones y degeneraciones, es un laboratorio costosísimo en el que se diseñan
formas de la manipulación y del fraude, regidas por la lógica del utilitarismo
más vulgar, regidas por el culto a la vanidad mercenaria y por el engaño como
estética y moral de lo público. Hemos debido padecer las canalladas mediáticas
más insolentes y absurdas, de la mano de tesis aberrantes y cínicas como las del
mismísimo Paul Joseph Goebbels y sus muchos discípulos de ayer y hoy que, en el
colmo de la impudicia, se aplauden y premian entre sí, internacionalmente.
La sanción de los delitos comunicacionales requiere de una corriente nueva de
leyes, reglamentos y especialistas imbricados, interdisciplinariamente, con una
diversidad de ciencias y técnicas de vanguardia: Sociología, Arte, Historia,
Antropología… Semiótica, por ejemplo. Requerimos de espacios educativos
populares, capaces de enseñar masivamente conceptos y métodos para la defensa de
la integridad emocional e intelectual de los usuarios de los medios de
comunicación. Requerimos de un espíritu revolucionario en materia de
jurisprudencia y de justicia social. Requerimos de un sistema de sanciones,
científicamente fundadas y consensuadas, que no sólo fortalezcan la libertad
socialista de la expresión sino que, también, expandan la libertad socialista de
la creatividad comunicacional emancipadora.
En una de sus expresiones, más descarnada, la delincuencia comunicacional
galopante deja caer todo su
peso
patológico contra niños y niñas de todo el orbe. Son incontables las fechorías
diarias cometidas en lo público y en lo privado, en las televisoras, en las
radios, en la prensa escrita y en los “juegos digitales”… sólo la descarga de
modelos y mensajes violentos, los crímenes, la sangre, las violaciones sexuales,
los latrocinios espirituales e ideológicos que desfilan, sin control, ante los
ojos de los niños y niñas, de todas las edades, de todos los países, de todas
las culturas…es una monstruosidad demencial ante la que permanecemos, general y
patéticamente, mudos y quietos. No es justo.
No pocas veces un hecho delictivo se expande e involucra no sólo a quien lo
comete sino a quien lo presencia si se calla o se queda quieto. No pocas veces
la comisión de un delito convierte en cómplices a los testigos mudos. Toda la
izquierda y todos los militantes socialistas del planeta corremos el peligro de
convertinos en cómplices si no accionamos lo que debemos, y lo que podamos, para
combatir las oleadas delincuenciales del capitalismo que, usando “medios de
comunicación” aplastan la dignidad, la inteligencia, los derechos fundamentales,
los estados de ánimo y la educación de los pueblos.
Si es un delito cercenar la información, retacearla, regatearla, deformarla y
convertirla en mercancía de la mentira, debe sancionarse formalmente. Si es
delito pervertir la integridad intelectual de los niños y las niñas, debe
sancionarse formalmente. Si es delito incitar a la violencia, esparcir discursos
nazi-fascistas, aterrorizar a los pueblos y degradar la condición humana con
mensajes esclavizantes y alienantes… debe sancionarse formalmente. ¿Quién asume
la tarea? Del dicho al hecho.
buenabad@gmail.com
(*)Rebelión/Universidad de la Filosofía